martes, 15 de noviembre de 2011

La distancia de Londres a Nueva York medida en amor.Parte III


Un taxista esperaba a la salida del aeropuerto y Jane entró sin mirar atrás, musitó con la voz todavía quebrada la dirección y mientras el conductor se ponía en camino Jane abrió el sobre y sacó una carta, más larga de lo que esperaba con una caligrafía impecable, sin un solo tachón y con una letra elegante y sobria.
Jane tomó aire como cuando lo hacía antes de lanzarse a una piscina, esperaba no acabar con las mejillas mojadas y el maquillaje todavía peor de lo que ya estaba. Pero sus intenciones no duraron mucho, dos palabras, dos simples palabras hicieron que a Jane se le cortase de repente la respiración y que sintiese los ojos húmedos de nuevo.

"Querida Jane,"

La chica rubia sentada en el taxi tuvo que levantar la vista y obligarse a respirar profundamente antes de seguir leyendo. Respiró una vez, dos, tres y cuatro. Y aunque sabía que no conseguiría leer la carta entera sin llorar intentó hacer un esfuerzo y siguió la lectura.

" Tus ojos azules, tu precioso pelo rubio, tu sonrisa cada mañana, tu perfume con olor a vainilla, tus blusas de colores chillones, y esos vaqueros que tanto adoras son solo una milésima de las cosas que me gustan de ti.
Me gusta la forma en la que tu voz suena, creo que es el mejor sonido que nunca he escuchado.
Me gusta la forma en la que no puedo mantenerme concentrado cuando te veo.
Todo lo que puedo pensar es que nacimos para estar juntos.
Me gusta la forma en la que siempre hay un mechón rubio sobre tus pómulos que yo puedo apartar
Me gusta cada peca de tu cara.
Me gusta que tú seas lo mejor de mi vida; me gusta que tú me hagas más feliz que nada ni nadie.
Me gusta la forma en la que eres todo lo que siempre he querido.
Me gusta que tú seas absolutamente todo
Cuando tu sonríes, yo sonrío y cuando tu no te quieras lo suficiente yo te seguiré queriendo por los dos, y por tres, y por un millón.
Cuando cualquiera te hunda yo estaré ahí para levantarte y cuando te sientas tan mal que solo quieras llorar yo estaré ahí. Estaré ahí toda la noche hasta que te vea sonreír.

Puedes decirle a todos que soy tuyo, completamente. Yo les diré como de perfecto es el mundo cuando tú, y solo tú estás a mi lado.

Jane estas 5 últimas semanas a tu lado han sido las mejores de mi vida y sé que nunca podré ser tan feliz con nadie como lo he sido contigo.
Quiero que sepas que te quiero, más que a nada, más que a nadie.
Nunca jamás me olvidaré de ti, ni de la forma en la que el corazón se acelera cuando te veo.
Eres única y perfecta. Y siempre serás el amor de mi vida."


Jane estaba llorando como nunca antes lo había hecho, ella esperaba una carta sencilla, diciendo que ese verano había estado bien y que la invitaría a su boda y que seguirían siendo amigos. Pero la última frase no paraba de resonar en su cabeza "Siempre serás el amor de mi vida"
Imaginaba su voz diciendo esas palabras y Jane se rompía en pedazos.
"Siempre serás el amor de mi vida"
-Y tú el de la mía Louis- musitó ella inconscientemente en un tono bajo, pero lo suficientemente alto para que el taxista lo oyese
-¿Decías algo chica?- preguntó amablemente
-De la vuelta!- mandó Jane; la desesperación se apreciaba sin problema en su voz- Al aeropuerto, lo antes posible por favor!
El taxista miró a la chica un poco extrañado pero no le costó entender lo que sucedía y dio la vuelta antes de que la señorita pudiese volver a gritar. La velocidad del taxi aumentaba y la ansiedad de la pasajera también.
Jane agarraba la carta pegada a su corazón con todas sus fuerzas y con la otra mano en la puerta para salir lo antes posible, intentaba no volver a llorar. Los segundos pasaban y la respiración de Jane, quien horas antes tenía un color blanco enfermizo ahora lucía un color rojo y un nerviosismo extremo, aumentaba con cada golpe del minutero.
La cuenta atrás comenzó con el golpe de la puerta del taxi al cerrarse, Jane iba descalza con los tacones en la mano izquierda y la carta en la derecha, el bolso olvidado en el taxi y la imagen de Louis reflejada en la mente.
Jane miró las pantallas y se dirigió rápidamente hacia la terminal 4, puerta 22
Pero su camino se detuvo antes, en el primer control cuando le pidieron la carta de embarque, el DNI y los billetes.
Jane rogó, necesitaba pasar, lloró de nuevo, se arrodilló e inundó el ambiente de desesperación. Sus lágrimas ya no caían, debían haberse agotado.
-Por favor, por favor, lo necesito. Por favor...
La voz de Jane seguía rasgada, desesperada, y dañada; como el corazón de la chica rubia quien suplicó por casi una hora que por favor la dejasen pasar, pero las normas del aeropuerto no permiten corazones rotos ni pasajeros sin billete, así que Jane y su corazón hecho pequeñas y numerosas piezas tuvieron que irse por donde habían llegado pero esta vez sin finales alternativos, sin posibilidades de dulces edulcorantes.

Jane y su corazón roto estarían solos. Para siempre.